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elucubraciones románticas sobre ese futuro. Y digo que no debemos
desperdiciar la posibilidad de permitirles que sean pirotécnicos y
fabricantes de fuego profesionales. No quiero decir nada con esto contra
la caza como profesión, Oswald; lo que digo es que puede haber otras
profesiones, por ejemplo para los que sean menos veloces y fuertes.
-Lo que dices es bastante razonable -dijo Oswald-. Después de todo, ¿por
qué facilitar nuestros descubrimientos gratis a todo el mundo?
-En beneficio de la especie, por supuesto-dijo Padre-. De la
Subhumanidad. Para fortalecer y ampliar los impulsos de la evolución.
Para...
-Eso es sólo un puñado de palabras-dije yo brutalmente.
-¡Ernest! -gritó Madre-. ¿Qué te pasa? ¿Cómo te atreves a hablar así a tu
Padre?
-Le hablaré como un hijo debe hablar a su padre cuando se comporte como
un padre debe con su hijo, Madre-dije tranquilamente-. Pero, ¿crees que
lo está haciendo? Desperdiciando nuestra posibilidad de perfeccionarnos
en beneficio de la especie.
-Tu padre siempre fue un joven muy idealista -dijo Madre, pero me di
cuenta de que vacilaba.
-Yo soy un científico -dijo Padre-. Considero que los resultados de la
investigación deben comunicarse a toda la Submumanidad, a... bueno, a
todos los que investigan los fenómenos naturales en todas partes. Y así
podremos trabajar conjuntamente y crear un cuerpo de conocimientos del
que todo el mundo se beneficie.
-Por supuesto, papá -dijo Wilbur, y Padre le dirigió una mirada de
gratitud.
-Admiro tus principios, Padre -dije yo-. Te lo digo sinceramente. Pero
déjame que te diga también un par de cosas al respecto. ¿Cuánta ayuda has
recibido hasta ahora de otros investigadores? Estoy seguro de que si hay
alguno, se está guardando muy bien todas las cosas útiles que pueda haber
descubierto. El único modo de sacárselas será tener algo en reserva...
Algo que intercambiar.
-Eso es cierto-murmuró Wilbur con tristeza, pero Padre seguía firme y
obstinado.
-La otra cuestión -proseguí- es simplemente ésta: el descubrimiento está
aún en una primera etapa. Ya nos ha conducido a un desastre. Aunque
quisiésemos divulgarlo en beneficio de la especie, ¿crees adecuado
hacerlo antes de que sepamos controlarlo? ¿Antes de que podamos
indicarles cómo se controla? Piensa lo cerca que estuvimos de morir todos
asados. Sólo tu brillante ingenio nos salvó en cl último instante...
-Me alegro de que te dieses cuenta de eso -murmuró Padre.
-¿Crees que seria bueno, beneficioso-dije lentamente-enseñar a otros que
carecen de nuestra experiencia la forma de asarse a sí mismo? Y, ¿crees
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que sería beneficioso para todos ofrecer a individuos que son, en
realidad, poco más que simios, el medio de incendiar todo un país? Ya
bastó un bosque incendiado... ¿te imaginas lo que sería el incendio de
centenares de bosques?
Oswald se dio una palmada en la rodilla.
-¡Tienes toda la razón! -gritó-. ¡Es una idea aterradora!
Me di cuenta de que Padre estaba aislado. Todos me daban la razón.
Griselda me miró con ojos resplandecientes, y aplaudió con vigor. Incluso
Madre dijo:
-Creo, Edward, que Ernest ha pensado mucho esto. ¿No te parece, querido,
que podríamos guardar el secreto un tiempo hasta que pudiésemos ver cómo
funciona?
Padre la miró con ira y se levantó. Luego me miró a mí fijamente. Yo
aguanté su mirada.
-Bueno -dijo-. Así que quieres manejar el asunto de ese modo, ¿verdad,
Ernest?
-Sí, Padre, de ese modo -dije.
Padre me miró furioso un instante; luego controló su furia y alzó las
cejas en aquel viejo gesto cómico suyo.
-Que así sea, hijo mío -dijo.
Dio vuelta y entró en la cueva, adonde le siguió Madre unos minutos
después. Oí sus voces en susurros hasta media noche. Me preguntaba, con
una mezcla de entusiasmo y miedo, de qué humor estaría Padre al día
siguiente. ¿Estaría enfurecido? ¿O habría comprendido mi postura? Debía
estar de un humor sombrío, lúgubre, quizás, pero sometido. Cualquiera que
fuese su actitud, yo estaba decidido a mantenerme firme. Me había
enfrentado a él, le había derrotado en la discusión y había unido a toda
su horda en contra suya. El era listo, inteligente, poderoso; pero había
confiado demasiado en su autoridad y en nuestro respeto. Por una vez no
íbamos a someternos a su irreponsabilidad o a sus imposiciones. Yo tenía
ideas muy claras al respecto. Además, las cosas funcionarían de forma
distinta en el futuro. Se había acabado la autocracia; las grandes
decisiones las tomaría el consejo de familia.
Griselda estaba muy orgullosa de la posición que yo había adoptado, y
trabajaba activamente para convencer a los otros e inclinarlos de mi
lado. Se pasó casi toda la noche hablando con las otras mujeres sobre los
riesgos que acechaban a sus hijos si se permitía a Padre divulgar en un
mundo inflamable el peligroso secreto de la fabricación del fuego. A mí
me dijo que todas estaban a favor del control más estricto.
-Lo mantendremos en familia -dijo-. Petronella está hablando con Wilbur.
Es tanto idea suya como de Padre. Ya sabes, Ernest, yo creo que Wilbur es
tan listo como tu padre, pero más dócil. Encontrará un medio de controlar
el fuego de forma más segura y luego podremos entrar en negociaciones
nosotros mismos. No creo que dependamos de tu padre tanto como tú
imaginas.
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Pero al día siguiente Padre estaba del mismo buen humor que siempre, y
ante mi sorpresa actuaba como si la gran discusión familiar no se hubiese
producido nunca. Tuvo palabras amables para todos, se hizo cargo
enseguida de los preparativos para el gran viaje hacia los nuevos
territorios de caza, y abrió marcha con Oswald, llevando niños a la
espalda por turnos. Oswald decidía la dirección que habíamos de tomar y
Padre marcaba el ritmo, un ritmo lento, que pudiesen seguir las mujeres y
los niños y soportar nuestras piernas chamuscadas. Insistió en que
debíamos acampar temprano y elegir cuidadosamente el lugar. Dijo que ya
no hacía falta que hubiese árboles próximos para subir a ellos en caso de
peligro... aunque en realidad daba igual, pues todos los árboles estaban
carbonizados. Hizo un círculo de hogueras alrededor del campamento para
comprobar su teoría de que ningún animal se atrevería a atacarnos de
noche, teniendo fuego, aunque acampásemos en terreno abierto. No era, de
todos modos, un experimento válido, porque la caza había huido y la
mayoría de los predadores la habían seguido. Dos o tres pares de ojos
brillantes surgieron de una ciénaga próxima a observarnos, y hubo buena
cantidad de gruñidos y rugidos de irritación, pero, fuera quien fuese, el
observador se mantuvo siempre a respetable distancia.
Teníamos hambre, pues todo el país estaba calcinado y después de la
caminata las mujeres estaban demasiado cansadas para buscar comida.
Tuvimos que arreglárnoslas con lagartijas y unos cuantos huevos de
cocodrilo. Para mantener la moral, Padre contó algunos chistes y cuentos
a los niños.
-No lloréis, queridos-dijo-que os contaré un cuento sobre la comida. Una
vez había un león muy grande que era el mejor cazador que se conocía.
Siempre cobraba piezas, y podía despachar a cualquier animal de la selva,
tal era su agilidad y tan terribles sus garras. Le encantaba cazar y
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