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con las cosas que no están bien?
R. -El problema del mal es un problema de valoración. Ya hemos dicho que la
valoración se hace con relación a algo; no puede haber valoración en sí, siempre es bien
o mal en relación con unas normas o criterios que tenemos. Hemos hablado de unos
niveles; lo que en un nivel es bueno, en el otro aparece como malo. La violencia del
animal es un bien; si no se atreve a matar, esto será un mal. La ley en este nivel es la del
desarrollo, la de la afirmación individual, la de la actualización de unas potencialidades
de fortaleza, de valor, de agresividad, etc. Esto es el bien; nada más que esto.
Todos nosotros tenemos dentro nuestro una zona que vive todavía en este nivel,
porque él es el que nos mantiene en el aspecto biológico. Nosotros hemos crecido a
partir de un estrato elemental. Esto quiere decir que en nosotros no solamente existió
aquello en un tiempo, sino que existe hoy todavía, en cada uno de nosotros, un fondo de
tendencia absolutista, violenta. Eso es normal, es natural. Ahora bien; también es
normal que hayan aparecido en nosotros otros rasgos, otros criterios, otros valores.
Entonces, tal como decíamos, penetramos en otro nivel. Y en este segundo nivel hay
otros valores: justicia, dar a cada uno lo que le corresponde, etc. Si en este nivel se
interfiere el nivel primario, a eso lo llamamos mal. Es inconcebible un mal que sea
intrínsecamente mal; siempre es algo que hace función de mal.
-El problema y dificultad que tenemos para este acercamiento a Dios, ¿se debe a que
no nos han educado para ello?
R.-El problema del acercamiento efectivo a esos niveles es que la formación que se
nos ha dado ha sido más bien una formación de tipo teorizante y de práctica externa, en
lugar de serlo con vistas a una realización experimental, vivencial. Se nos ha dicho
muchas veces que la práctica de la religión es creer unas cosas y hacer otras. Es decir,
que hay unas obligaciones por lo que se refiere a la aceptación en el nivel de la
inteligencia, y unas exigencias en cuanto a unas prácticas determinadas: mandamientos,
abstinencias, etc. Parece como si la religión consistiera en esas dos cosas. Se nos ha
hablado del aspecto moral, que ciertamente es básico, y del aspecto de unas prácticas
que tienen como fin el alimentar nuestra vida espiritual y prepararnos para esta vida de
bien. Pero no se nos ha enseñado que todas esas prácticas están subordinadas, y son, por
tanto, medios, para llegar a una experiencia concreta, a una transformación de nuestra
conciencia, que, a su vez, transforme nuestra vida en todas sus dimensiones. En
realidad, sí que se ha enseñado, pero no de un modo suficientemente explícito y, sobre
todo, no de un modo a través de ejemplos vividos. Naturalmente, esto no se comunica
como realmente tendría que ser.
Por esto, la religión, aparte del aspecto moral, básicamente excelente, no se traduce
en una operatividad fundamental de la conciencia del hombre; y esto es lo lamentable.
En realidad, si uno profundiza, llega a darse cuenta de que eso sí realmente está también
ahí; muchas de las cosas que estoy explicando podrían ser referidas a numerosos textos
católicos, en los que dichas cosas están expuestas en teoría y en práctica, pero no
forman parte de la enseñanza habitual que se imparte. Parece que existe la impresión de
que a las personas hay que darles un mínimo, una especie de simple andamiaje, y no
adentrarse en esas honduras y complicaciones de experiencias interiores, es decir, en
todo ese proceso místico tan «complicado».
Incluso aquellas personas que han tenido ciertas experiencias espirituales, las han
vivido con cierto recelo, porque no han resultado suficientes, y entonces han sentido de
un modo más patente la necesidad de buscar lo auténtico, lo viviente.
Sin embargo, es muy cómodo para nosotros una censura respecto a los que nos han
educado. Hemos de darnos cuenta de que estas limitaciones son un problema que viene
de lejos y que todos hemos ido recibiendo las consecuencias. Aquellas personas que por
sí mismas han sentido un auténtico interés pueden encontrar información de todo esto,
tanto en el aspecto de teología dogmática, como de teología moral, como de teología
mística. Como ejemplo de esto que hemos dicho, recientemente se ha elevado a Santa
Teresa al grado de doctora, y esto no se ha hecho solamente porque fuera muy
cumplidora en un nivel exterior, sino debido a su enseñanza en cuanto a trabajo interior.
-¿Qué diferencia existe entre el silencio de la mente y el silencio del corazón?
R.-Sólo hay un silencio; sin embargo, hay modos de percibirlo. En este trabajo de
toma de conciencia es muy difícil explicar la diferencia del silencio a nivel afectivo y
del silencio a nivel mental, en cuanto a experiencia en sí del silencio.
Ahora bien; por lo que se refiere a los efectos del silencio, a través de uno u otro
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