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 Cálmate, padre. He pensado en otro modo de divertirnos.
 ¡Tú lo único que pretendes es arrebatarme el trono! Has sido tú quien
animó a Veerkad para que cantara su horrible canción. Sabes que no puedo
escucharla sin que...  Se interrumpió y miró hacia la puerta . Un día, la leyenda se
hará realidad y el Rey de la Colina vendrá. Entonces yo, tú y Org pereceremos.
 Padre  insistió Hurd con una sonrisa espantosa , permite que la mujer que
nos visita baile para nosotros una danza en honor de los dioses.
 ¿Qué?
 Que permitas que la mujer baile para nosotros, padre.
Elric lo oyó. A esas alturas, los efectos de la droga debían de haberse
disipado ya. No podía arriesgarse a desvelar su juego ofreciéndole a sus
compañeros otra dosis. Se puso en pie.
 Vuestras palabras son un sacrilegio, Príncipe.
 Os hemos ofrecido diversión. En Org la costumbre dicta que los visitantes
también han de divertirnos de algún modo.
Se respiraba la amenaza. Elric se arrepintió de haber ideado aquel plan para
engañar a los hombres de Org. Pero ya nada podía hacer. Había pretendido exigirles
un tributo en nombre de los Dioses, pero era evidente que aquellos hombres
enloquecidos temían mucho más otros peligros más inmediatos y tangibles que los
representados por cualquiera de los Dioses.
Había cometido un error, había puesto en peligro las vidas de sus amigos así
como la suya propia. ¿Qué hacer? Zarozinia murmuró:
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 En Ilmiora el arte de la danza le es enseñado a todas las damas. Déjame
bailar para ellos. Quizá aplaque sus ánimos, y con suerte, podré engatusarlos para
facilitar nuestro trabajo.
 Arioco sabe que nuestra tarea es harto difícil. Fui un tonto al concebir
este plan. Está bien, Zarozinia, baila para ellos, pero hazlo con cuidado. 
Dirigiéndose a Hurd, añadió : Nuestra compañera bailará para vosotros y os
mostrará la belleza que los Dioses han creado. Luego deberéis pagar vuestro
tributo, pues nuestros amos se están impacientando.
 ¿El tributo?  inquirió Gutheran levantando la cabeza . No habías dicho
nada de un tributo.
 Debéis expresar vuestro reconocimiento a los Dioses con metales y
piedras preciosas, Rey Gutheran. Creí que así lo habíais entendido.
 Os asemejáis más a unos ladrones corrientes que a unos mensajeros
sobrenaturales, amigos míos. Las gentes de Qrg somos pobres y no tenemos nada
que ofrecer a los charlatanes.
 ¡Mide tus palabras, Rey!  La voz clara de Elric resonó, amenazante, en
la estancia.
 Veamos la danza y luego juzgaremos la verdad de lo que nos has dicho.
Elric tomó asiento, y cuando Zarozinia se puso en pie, le aferró la mano
por debajo de la mesa para infundirle valor.
La muchacha se dirigió con paso seguro y agraciado hasta el centro del
salón y allí comenzó a bailar. Elric, que la amaba, quedó asombrado por su gracia
y su maestría. Bailó las antiguas y hermosas danzas de Ilmiora, dejando
arrobados incluso a los estúpidos hombres de Org; mientras así danzaba, la
enorme y dorada Copa de los Huéspedes fue introducida en la estancia. Hurd se
inclinó por delante de su padre y le dijo a Elric:
 La Copa de los Huéspedes, mi señor. La costumbre dicta que nuestros
invitados han de beber de ella en señal de amistad.
Elric asintió; estaba visiblemente molesto de que interrumpieran su
contemplación de la maravillosa danza; sus ojos seguían a Zarozinia mientras
ésta se movía por la estancia. En el salón se produjo un silencio.
Hurd le entregó la copa y el albino se la llevó distraídamente a los labios, al
ver que Zarozinia se había subido a la mesa y comenzaba a acercarse hacia
donde él estaba sentado. Cuando Elric tomó el primer sorbo, Zarozinia lanzó un
grito y de una patada le arrancó la copa de la mano. El vino se derramó sobre
Gutheran y Hurd, quien se levantó, sorprendido.
 Contiene veneno, Elric. ¡Lo han envenenado! Hurd la abofeteó en plena
cara. La muchacha cayó de la mesa y quedó tendida en el suelo mugriento.
 ¡Perra! ¿Acaso un poco de vino envenenado puede dañar a los
mensajeros de los Dioses?
Enfurecido, Elric apartó a Gutheran de un empellón y golpeó a Hurd con
tal furia que le hizo escupir un chorro de sangre. Pero el veneno comenzaba a
surtir efecto. Gutheran gritó algo y Moonglum desenvainó el sable al tiempo que
miraba hacia arriba. Elric comenzó a tambalearse; empezaba a perder el sentido
y la escena adquirió ante sus ojos una cualidad irreal. Alcanzó a ver que unos
sirvientes aferraban a Zarozinia, pero no logró ver cómo reaccionaba Moonglum.
Sintió náuseas y un terrible mareo que le impedían continuar en pie.
Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, Elric derribó a Hurd de un
tremendo puñetazo. Después perdió el conocimiento.
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Sintió en las muñecas la fría garra de las cadenas; sobre su cara caía
una fina llovizna que le provocaba escozor allí donde las uñas de Hurd le habían
arañado.
Miró a su alrededor. Se hallaba encadenado entre dos menhires de piedra,
en lo alto de un túmulo funerario de gigantescas proporciones. Era de noche, y del
cielo colgaba una pálida luna. Miró hacia abajo, en dirección al grupo de
hombres. Hurd y Gutheran se encontraban entre ellos. Le sonrieron, burlones,
 Adiós, mensajero. ¡Nos resultarás muy útil para aplacar a los Habitantes de la
Colina!  le gritó Hurd al tiempo que en compañía de los otros se apresuraba a
regresar hacia la ciudadela, que aparecía recortada contra el cielo, a corta
distancia de allí.
¿Dónde estaba? ¿Qué habría sido de Zarozinia y de Moonglum? ¿Por qué
le habían encadenado de aquel modo en...? De pronto recordó que se
encontraba en la Colina.
Se estremeció de impotencia ante las fuertes cadenas que le sujetaban.
Empezó a tirar de ellas con desesperación, pero no cedían. Se devanó los sesos
en busca de algún plan, pero el tormento y la preocupación por la seguridad de
sus amigos le impedían pensar con claridad. De abajo le llegó el sonido de una
carrera, y vio una blanca silueta fantasmal escudarse veloz entre las sombras.
Volvió a tirar con furia de las cadenas que le sujetaban.
En el Gran Salón de la ciudadela, la ruidosa celebración alcanzaba el
grado de una exaltada orgía. Gutheran y Hurd estaban completamente borrachos
y reían como posesos por su victoria.
Desde fuera del Salón, Veerkad escuchaba y los odiaba en silencio.
Detestaba sobre todo a su hermano, el hombre que le había depuesto y
provocado su ceguera, para impedirle que estudiara magia y que la utilizara para [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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